Honradez y transparencia en la era de la comunicación


Lo que cuenta es el exterior. En la era de internet, la globalización y la comida rápida el individuo debe adaptarse a una vida fugaz sin poder detenerse en los pequeños detalles. Por esto, la información debe ser triturada y enlatada para su fácil absorción. Aquello que no está bien procesado es posiblemente indigerible y por ello no podemos culpar al individuo que no pruebe bocado. Si una fábrica quiere vender un producto debe hacerlo atractivo al consumidor. No importa que una idea, artículo, persona o cosa sea inútil, ineficaz o inconveniente. Todo tiene compradores potenciales (y será vendido) si la seducción es adecuada. Con este fin son constante objeto de estudio la comunicación y la mercadotecnia.
 
Si una bomba de relojería frenara el tiempo los pequeños detalles recobrarían importancia, el individuo volvería a examinar con detalle cada aspecto de su vida y cuestionaría a cada empresa, política o mandatario. ¿Y si ésto hubiera ocurrido ya? La crisis económica y social ha sido como un tsunami que ha puesto en tela de juicio la solidez de los pilares de nuestro sistema. El individuo ahora dispone de tiempo y determinación para descubrir qué es lo que ha fallado, busca culpables en el caos y ya no hay político, empresario o banquero que se salve. Hoy todo es cuestionado, los ciudadanos queremos saber cómo se gestiona nuestro dinero, deseamos conocer la verdad detrás de cada política y exigimos por encima de todo la honradez y la transparencia de nuestros cargos públicos.P
 
Pero a pesar de que el individuo está ávido de conocimiento y es más crítico que nunca con sus dirigentes, hay una sensación generalizada de que en realidad no ha cambiado nada. Ni los políticos parecen estar dispuestos a darle la vuelta al status quo, ni los ciudadanos manifiestan una verdadera voluntad de cambio. ¿Cómo es posible esta paradoja?
 
En primer lugar, hay que comprender que el mundo todavía no se ha derrumbado bajo los pies del individuo. Está descontento y furioso porque las cosas no están yendo como se suponía que debían ir. Hay un malestar bastante extendido y miedo a la incertidumbre de lo que está por venir. Muchas familias se han encontrado sin un hogar propio y sin sueldos para mantener a la familia. La muchedumbre empieza a salir a la calle descontenta con los nuevos impuestos y ajustes que se hacen cada día. Pero todavía hay espacios para respirar. Las familias se reúnen para afrontar los malos tiempos unidas y hay esperanza en que nuestros dirigentes encuentren pronto una solución al problema. Además, la Tierra simplemente sigue girando y la maquinaria de nuestro sistema, aunque haya perdido algunas piezas y sus engranajes chirríen, sigue funcionando, como una lavadora vieja y destartalada que sabemos que debemos retirar pero que de momento sigue lavándonos la ropa.
 
En segundo lugar, los grandes poderes del Estado y el mercado siguen haciendo bien lo que saben hacer, comunicar y venderse. Las estrategias comunicativas de organismos públicos y empresas todavía son herramientas eficaces para esconder el polvo bajo la alfombra. Una cortina de humo es una excelente táctica para desviar la atención del público de cualquier problema real. Unas fotos en familia, juegos de luces y apariciones estelares son ingredientes perfectos para narrar una historia comprensible para los espectadores. No importa lo que dicen o hacen nuestros políticos, lo único que interesa a la comunicación es que la gente entienda el mensaje (Frank Luntz). Que un político no sea honrado u honesto es irrelevante, solo ha de parecerlo. Eligiendo las palabras adecuadas puede transmitirse una atmósfera de serenidad y de que se está haciendo todo lo posible para atajar el problema.
 
Por último, aunque los ciudadanos desean encarecidamente que nuestras élites procedan de forma más honrada y transparente, la verdad es que no están preparados. No quiere decir que no se lo merezcan (de hecho, no habría nada más deseable hoy), pero todavía no existe una verdadera cultura democrática en nuestra sociedad. Basta con acudir a las elecciones internas de una universidad, un sindicato, una asociación de vecinos o una pequeña agrupación de barrio de cualquier partido político para darse cuenta de que no sirven los estatutos o reglamentos internos para lograr unos comicios sin incidentes. Cuando el premio es el poder (aunque sea insignificante) reina la ley de la selva y con bastante frecuencia se hará uso de la pillería. Es precisamente en elecciones de bajo relieve donde se perciben tácticas como el control del voto (dando papeletas en mano o poniéndolas en lugares visibles para que el votante se sienta observado al cogerla), presiones y amenazas, compra-venta de votos y cargos dentro de la organización, ocultaciones de censos (o entrega de censos falsos o con datos erróneos), desembarcos (la espectacular aparición de decenas o cientos de personas que jamás habían sido vistos por la asociación o agrupación)...
 
Vivimos en una época convulsa y como tal es lícito buscar nuevas fronteras que reajusten nuestro sistema logrando una mayor honradez y transparencia de las élites, pero si no nos exigimos esto mismo en todos los ámbitos de la vida, si no nos dirigimos hacia una cultura de responsabilidad democrática, difícilmente se lo podremos pedir a nuestros dirigentes. Hemos de evitar convertir todo proceso electoral en un concurso de popularidad, donde no gana el que mejores cualidades tiene sino el que más amigos consigue llevar a votar. Por otro lado, el arte de comunicar debe retomar su papel original, el de cauce transmisor de ideas, porque incluso las mejores políticas no sirven de nada si no son entendidas por sus destinatarios. Es deber de nuestros representantes comunicar con sinceridad, pero la comunicación es inane si no se dirige hacia una población educada en todos estos valores y dotada de un sentido de la responsabilidad y de la crítica.
 
Sergio J. Ramis.
Politólogo y socios de AVAPOL

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